Fanny Stevenson hace honor al famoso dicho «Detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Fue quizás la gran viajera, porque como los peces que no pueden dejar de moverse para respirar, coleteó por medio mundo para sentirse viva y dar una esperanza de vida al único hombre que amó. Pionera entre los buscadores de oro, pintora en el París de los impresionistas y viajera por los Mares del Sur, donde formó una comunidad con los indígenas, Fanny Stevenson rompe todos los estereotipos de la época.
Amante, compañera, transgresora, fue la gran musa, el amor definitivo de Louis Stevenson, con quien compartió una vida de aventuras que les llevaría, finalmente, a los Mares del Sur. La diferencia de edad -ella era diez años mayor que él- no fue obstáculo para su pasión recíproca, una pasión que les condujo a la que sería la última morada del escritor. Tal vez, en el fondo, la Isla del Tesoro no estaba donde todos creíamos y fue el lugar imaginario donde ambos preservaron su amor, o tal vez siempre estuvo en su amada Samoa, en lo alto de la colina donde los nativos enterraron al gran escritor que siempre fue su amigo y al que Fanny se uniría veinte años después al ser esparcidas sus cenizas siguiendo sus deseos.